¿Dispuesto a vivir?

Vivir significa enfrentarse a la vida. Reir, discutir, sentir. Enfadarse y alegrarse. Opinar. Aceptar y rechazar. Vivir comprende un término base: luchar. Desear no morir. Querer seguir adelante siempre. Vivir significa querer vivir bien. No dejar que el tiempo pase y morir deprimido. Intentemos hacer que nuestra vida sea mejor. Hablemos... No sé, ¿de vivir?

miércoles, 26 de junio de 2013

Del calor, el amor y la primitiva





Con el verano llega el buen tiempo, los cuerpos ligeritos de ropa, las tardes con amigos, la desidia entre las sábanas y ante todo, los amores de verano. Espera, no, eso último no. Cambiad amores de verano por primitiva. Exacto. La primitiva es lo que me va a salvar de terminar llevando a cabo mi plan de comprarme un gato al que llamar Fernando y así, cuando vaya a morir, Fernando VII pueda heredar todos mis bienes. Por qué señores, por fin y, después de tanto tiempo, juego a la lotería. Ya no me sentiré idiota al decir que me va a tocar cuando ni participo, ahora solo me sentiré subnormal por pensar que me va a tocar por el mero hecho de jugar, pero oye, es un paso, la tontería no se cura en un día.

Dicen que afortunado en el juego, desafortunado en el amor. Así que he decidido darle la vuelta, desafortunado en el amor, afortunado en el juego. Quizás en esto tenga un problema, especialmente con aquellas personas con la que por amor entienden sexo casual con atractivos desconocidos. En ese caso, bueno, sí, también soy afortunado. Pero realmente eso no es amor, es sexo. No niego que está genial y que incluso en algunos momentos puedas llegar a entablar pequeñas relaciones de amistad con ciertos sujetos (pequeñas, puesto que seamos sinceros, a día de hoy nadie ha vuelto a conseguir que me interese lo suficiente por él como para realmente pararme a escuchar atentamente la historia de su existencia, especialmente después de que el depósito se vacíe. Nota: Si queréis crear interés en alguien hacedlo antes de llegar a las sábanas, que hay que deciros todo, coño, que es una relación, no una receta para cocinar cupcakes). El caso es que como es a mí a quien me va a tocar la primitiva, he decidido entender el amor como una relación de pareja, algo que no tengo, culpad al hecho de que me niegue a conformarme, y por lo tanto, hace factible la frase hecha inicial.

En todo esto tengo un problema añadido, en un par de semanas es probable que empiece a trabajar en una productora, por lo que igual eso es mi primitiva. Siendo sincero no me quejaré, permitirá que vuelva a Madrid antes y me alejara del suicidio cerebral. Todos los veranos me hundo, no soporto el no hacer nada durante tanto tiempo, necesito centrar mi mente en algo y el verano es demasiado largo, especialmente cuando he aprobado todas y no tengo esa vocecita que los dos últimos veranos me acompañaba a todos los lados: “El año que viene a repetir y, además, a pagar el doble por la asignatura, pero oye, la parte de pagar no la pienses demasiado, no vaya a ser que entonces tengas que decírselo a tus queridos padres benefactores, tu madre empiece a dar la tabarra con la beca y tu padre te mire con esa cara tan de pocos amigos que tiene guardada para ti en esos precisos momentos.”

El caso es que este verano posiblemente sea diferente o, al menos, así se presenta en inicio. Podré quejarme del calor de Madrid tanto como quiera, no me cierro a encontrar el amor o, al menos, a alguien que me haga querer darme de hostias en el estómago por sentir esas mariposas tan frustrantes y, si no, no pasa nada, me va a tocar la primitiva.

martes, 30 de abril de 2013

La tara temporal


No importa cuánto te esfuerces en algo, siempre habrá algo que hará que se fastidie e incluso todo ese empeño puede ser el detonante de algo que no esperabas venir.

La vida gira, da vueltas y avanza sobre sí misma y por encima de nosotros. El tiempo pasa a la misma velocidad, sin ser conscientes de cómo las cosas cambian sin prácticamente darte cuenta, sin poder hacer nada para evitar su curso.

Llevo un par de semanas en la oscuridad, por decirlo de alguna manera digna. Cuando eso sucede me da por escribir, como ahora. Resulta curioso como la expresividad va ligada a los extremos, la mayoría de mis entradas van sobre la superación de malos momentos, el compartir la felicidad de los buenos y el recordar que no importa qué suceda, al final del día, estamos solos.

He aprendido que las discusiones son absurdas a menos que ambas partes deseen solucionar el problema. De otra manera el asunto se convierte en una verborrea de palabras dañinas, insultos y faltas de respeto de las cuales, al final, nos arrepentimos y, más que arreglar la situación, destruyen los pocos atisbos de algo bueno que podía quedar.

Quizás mi actitud en general con esto se vea como una forma de huir a los problemas, pero todo lo contrario. Cuando alguien a quien aprecio me hace daño o yo mismo hago algo que pueda perjudicar a otra persona, lo doy todo por solucionar lo sucedido, siempre que esa persona muestre ese sentimiento de querer arreglarlo. Sin embargo, si sé de forma premeditada que una discusión va a desembocar en más problemas que soluciones o que dicha persona no muestra más que indiferencia pago con la misma moneda: no me molesto.

Los últimos años de mi vida he perdido a muchas personas, ganado a otras y puedo contar con los dedos de las manos las que permanecen a mi lado. Esas personas son las que desafían al tiempo, las que rompen la temporalidad de lo corriente luchando contra lo habitual, fortaleciéndose ante los cambios y, por suerte, manteniéndome a su lado, haciéndome participe de sus vivencias y, así, alimentando las mías.

La gente que de verdad importa siempre estará ahí y esta entrada, en el fondo, va para ellos. Gracias por seguir a mi lado, servir de paño de lágrimas y potenciar mis carcajadas. Sin vosotros, no sería quien soy.

domingo, 10 de febrero de 2013

Felices veintitrés




No sé qué tiene la noche que mi mente parece que se viene arriba independientemente de cuan cansado esté. Tengo las pastillas del insomnio mirándome pero, tras comprobar los cambios de humor que me producen y como afectan a la gente de mi entorno, he decidido dejarlas apartadas de mi vida una temporada. El resultado de esa decisión es obvio.

Hace dos días fue mi cumpleaños. Cumplí veintitrés, un número que me encanta, por cierto. A diferencia de muchas de las personas que conozco no me tomo el cumplir un año más como algo malo, al contrario. Cumplir un año más implica haber vivido más experiencias, haber sufrido y, lo que uno más recuerda, haber sonreído. Un año más implica seguir viviendo y eso, para mí, es algo que celebrar.

Por estas fechas es el momento en el que me dedicó a mirar a mi espalda y comprobar mi mochila de recuerdos. Rememorar a veces es doloroso pero, siendo sinceros, también satisfactorio. La memoria tiene esa habilidad de acercarnos con certeza los buenos momentos y alejar los malos. Pese a que siguen estando ahí es necesario indagar con la mente para traerlos al frente, algo que muchas veces se agradece.

El sufrimiento pasa, el dolor se marcha y, pese a que muchas cosas puedan dejar una visible marca en nosotros, al final lo que cuenta es lo que aprendemos de ello y como lo trasportamos a nuestro día a día. Gracias a los malos momentos forjamos nuestro carácter. Las buenas situaciones ayudan, por supuesto, a darnos cuenta de lo que valemos pero, por otro lado, las malas nos recuerdan lo que de verdad importa.

He iniciado una nueva etapa en mi vida. Vivo en un nuevo lugar con gente ya conocida pero que, día a día, cojo más aprecio y me recuerdan el acierto que fue permitirles entrar en mi vida y mantenerlas. Respecto a mi carácter me siento orgulloso de, alguna forma, haber mejorado. Sigo siendo ese niñato alocado con pensamientos perversos de dominación sexual a niveles incontrolables, por suerte por ahora se quedan en pensamientos, alejando cada vez más a ese pecador interno de mí. No me arrepiento de las cosas que hice, al contrario, he aprendido a llevarlas con dignidad, demasiada a decir verdad.

Sigo teniendo la manía de pensar lo peor de todo el mundo, de forma que solo puedan darte sorpresas gratas. Quizás no sea la forma más adecuada de vivir, pero me funciona. Ya no ataco a la gente sin razón, de hecho me cuesta llevarme realmente mal con alguien. Una de esas grandes lecciones que un día alguien me enseñó y que nunca olvidaré: Odiar es la cosa más inútil del mundo.

La vida está para ser vivida. Quizás ya no tenga una vida tan interesante como antes, gracias a la cual podía hacer prácticamente una entrada a la semana. Pero no me importa. Dentro de esta tranquilidad que he decidido vivir me siento feliz. Tengo gente cerca a la que quiero, cada día conozco más a personas de mi entorno que, cuanto más profundizo, más me llenan. No espero tiempos más movidos, ya llegarán. He aprendido a vivir conmigo mismo y a ser consciente de lo que eso conlleva y, estar solo a día de hoy, parece ser lo más adecuado.

Lo que merece la pena de esta vida es hacer honor a dicha palabra en sí misma y, creedme, estoy más que contento de poco a poco encontrar mi camino y vivir mi vida.